"La esperanza es el peor de
los males, pues prolonga el tormento del hombre". Friedrich Nietzsche.
¡Esperad! ¿Habéis estado en la Ciudad de la Luz?
Si no es el caso, deberíais. Con sus amplias avenidas, sus elegantes
comercios, sus amanerados ciudadanos. Desde que llegué, mi rutina diaria me
lleva desde la hermosa avenida de los Campos Elíseos hasta el inigualable Sena,
hacia donde me dirijo en estos momentos. Me gusta finalizar mis paseos ante su
imponente caudal. Me aporta la tranquilidad que necesito, al tiempo que me
infunde el temor propio de quien nunca tuvo la fortuna de aprender a nadar.
Solo unos días aquí me han bastado para darme cuenta. Todo parece
encantador. Y sin embargo, no lo es. Cada vez que me acerco a la Plaza de la
Concordia, me esfuerzo en convencerme a mí mismo: todo es una gran farsa. No
hay concordia posible. Como tampoco es posible el triunfo, por muchos arcos que
se construyan. Al menos para mí. Porque
me persiguen. Mis cansados ojos no los ven, pero los percibo.
¡Esperad! ¿Cómo es posible que
hayan llegado hasta aquí?
¿Los habéis visto vosotros también? Decidme que sí. Aunque mintáis. Os
lo suplico. Creedme. Son reales. Están en
todas partes. No. No lo he conseguido. Lo que es peor, no me explico por qué.
Creí que dejando atrás mi añorada tierra los perdería de vista para siempre.
¿Por qué no lo he conseguido? Me atormentaban allí. Lo hacen ahora aquí.
Debería haber reflexionado antes. Un poco al menos. Ahora me explico muchas
cosas. ¡Qué idiota fui!
¡Esperad! La historia siempre alerta.
Hubiese bastado ojear esos polvorientos libros de historia para darme
cuenta. ¿Acaso no fue aquí donde ese refinado nantés comenzó a perder la cabeza?
¿Verne? ¡Qué nombre más estúpido! ¿Y qué me decís del Petit Caporal? ¿Habéis visto a algún tipo más ridículo?
Todos están locos. Una insensatez tras otra. Primero, creyeron que
decorando las calles con esas horrendas esculturas egipcias podrían acceder a
los secretos del más allá. Después, intentaron alcanzar el cielo con gigantesco
cono hecho con chatarra. Y mientras tanto, quienes sabían que no sería posible,
se dedicaban a dar rienda suelta a las pasiones más oscuras del alma tras el
disimulo de esas aspas rojas. ¿Qué cabía esperar de un lugar así?
¡Esperad! Soy un alma afligida.
No debo distraerme. Me acechan. ¿Son esas mismas sombras de antaño? ¿O
son esperpentos distintos? Los vi unas pocas veces, mas su presencia era
continua. A estos no los reconozco. Sobrevuela la duda. Me siguen acechando. Estoy
seguro. Se creen muy graciosos. Les voy a dar su merecido. No sé cómo. Lo haré.
¡Esperad! Tengo miedo.
¿Se refugiaba Goya de lo mismo en Burdeos? Él no lo consiguió. ¿Soy yo
mejor? Maldita sea. Tengo que concentrarme. No me puedo distraer. Ahora no. ¿Por
qué no dais a cara? Lâches!
Mon Dieu! J’ai commis une grande erreur!
Attendez! La solution.
Mi paseo toca ya a su fin. Allí veo el torrente ocre. ¿Tenéis frío
también? Empiezo a entenderlo todo. Maintenant, je comprends. No quiero seguir
hablando con vosotros. No quiero veros nunca más. A nadie. Tampoco a ellos. ¿Y
si pudiera acercarme un poco más a esas gélidas y profundas aguas y
zambullirme? Sí. Ahí está la solución. Es la única forma de escapar de este
tormento. Unos segundos bajo ellas y ya está. Sí. La decisión está tomada. Les
voy a vencer.
Jesús Maeso Romero (Molina de Segura, 1.981), es Licenciado en Economía
y editor del blog Saeba’s Website. Ha
publicado en Ágora papeles de arte
gramático, y en medios de comunicación de carácter regional (La Opinión de Murcia y Vega Media Press) y local (Molina Siete Días). Con este artículo
inició su colaboración con Acantilados de
Papel.
Muy bueno Jesus, pero que te han hecho los Franceses?
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