y caminé a
tu lado
con la luz
de París
recogida en
los lienzos
de los
pintores.
Recorrimos las
calles
del barrio
latino
con el
viento soplando en la cara,
mojándonos
la lluvia.
Te besé
junto al Sena
mientras la
noche acariciaba
el trigal
de tus ojos
y las
gárgolas
emprendían
su vuelo
por encima
de las barcazas.
Tu sonrisa
era el astro
que
iluminaba el atardecer gris
sobre la Torre Eiffel;
desde lo
alto,
tu luz lanzaba
destellos
a cada
esquina
donde la
música de un acordeón
susurra eternamente
historias de amor.
Frente al
Louvre tú me esperaste
mientras yo
alimentaba a las palomas
y cortaba de Los Campos de Marte
la rosa que
adornó tu pelo.
Me enredé a
tu cintura
por los
grandes bulevares
y la bella
ciudad
ardía en tu
mirada.
Tú,
corriendo aquella tarde
por Montmartre
con tus
tacones altos,
tu cuerpo erguido
bajo la
ropa mojada
por la lluvia.
Quise
permanecer a tu lado
bajo la
cúpula del Sacré Coeur,
como los
ecos de los artistas
que resuenan
del pasado.
Al
contemplarte, París
me pareció
más hermoso,
con una luz
distinta
sobre el
Notre Dame.
Me enredé a
tu cintura
y no pude
abandonarte
ni aquella
noche
ni los días
que siguieron
hasta que
te marchaste
en la
niebla
y sólo me
quedó París
para
recordarte.
Irelfaustina Bermejo
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