sábado, 27 de junio de 2015

Felah mengus, de Tomás Bravo Vicente (Reseña nº 725)



Tomás Bravo Vicente
Campesino errante
Editorial ADIH, 2015

Creemos los de la capital que somos el ombligo del mundo, que vivimos mejor que nadie y que todos los que están fuera de nuestra querida ciudad interesan bastante poco. Ya decía el bueno de Pío Baroja aquello de <Los nacionalismos se acaban viajando> De esa manera, también nos daremos cuenta de los pros y contras de la gran ciudad, que los hay.
Es cierto que a la hora de ir de compras o al cine tenemos una variedad abrumadora pero no es menos cierto que cuando queremos ir a trabajar el atasco está a la orden del día, también el ataque de nervios buscando dónde aparcar. Si va uno en transporte público se ahorra esos disgustos a cambio de ir como una anchoa en una lata diminuta y, ahora que viene el calorcito, rodeado de un olor que favorece la operación bikini, eso sí. Sin embargo, los protagonistas de los cuentos que se recogen en el libro que hoy recomendamos, les recuerdo, Felah Mengus: campesino errante, de Tomás Bravo Vicente –Editorial ADIH- pueden ir andando a trabajar, si no, en unas circunstancias libres de atascos, de humos abundantes y de nervios a flor de piel. Muchos de ellos verán el amanecer en el trayecto o incluso trabajando y tendrán una mañana plagada de duro trabajo y de paz.
Tengo que reconocer que la lectura de este libro me llegó en un momento en el que la necesitaba especialmente. A punto de rendirme en un asunto personal me topo de bruces con un cuento que me hace ver que cuando uno ha llegado a la mitad del río da igual seguir que volver para atrás porque le queda a uno la misma distancia por recorrer.
A veces, esa lógica aplastante del campesino es tan evidente que los de ciudad no reparamos en ella. Empezamos a dar mil rodeos para afrontar un problema cuando lo más fácil, muchas veces, es buscar soluciones prácticas y sencillas como las que proponen los cuentos del libro.
Los cuentos están divididos en tres grandes temas: Emoción, humor y pensamientos ocultos. En cualquiera de los tres grupos cada cuento tiene su moraleja. No son historias que se cuentan porque sí, se comparten para aportar una enseñanza. En ese sentido, el libro cumple la función original del género y nos remite a ese libro entrañable que nunca olvidaré, El conde Lucanor, de Don Juan Manuel. Un libro que se puede leer con cualquier edad pero que cuanto antes lea uno mucho mejor. Siempre se podrá volver a él en cualquier momento.
Los cuentos del apartado de humor no son chistes exactamente, presentan situaciones con cierta gracia que más que reír nos llevan a una sonrisa cómplice y comprensiva que vuelve a ponernos en sintonía con esa lógica aplastante del labriego que suele ser mucho más sensata que la de los hombres de ciudad.
Me da la sensación de que he escrito mucho del libro sin desvelar absolutamente nada pero me temo que así debe ser. Quien quiera saber más que acuda a él que seguro no le va a decepcionar.
Formalmente es un libro fino, de 160 páginas y pasta flexible y brillante pero de tamaño cuartilla con lo que no está pensado para los bolsillos. Sí que es un libro ideal para llevar en un maletín ya que al ser fino se adapta perfectamente a ese apartado lateral que tienen casi todos los maletines de trabajo y de portátiles. En la cubierta, una escena que anticipa la paz que transmite el volumen. Una alborada, un árbol de hoja perenne, una roca y una chica con un portátil que mira a la pantalla con el horizonte como fondo. Que lo disfruten.

Adolfo Caparrós Gómez de Mercado

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