Creemos los de la capital que somos el
ombligo del mundo, que vivimos mejor que nadie y que todos los que están fuera
de nuestra querida ciudad interesan bastante poco. Ya decía el bueno de Pío
Baroja aquello de <Los nacionalismos se acaban viajando> De esa manera,
también nos daremos cuenta de los pros y contras de la gran ciudad, que los
hay.
Es cierto que a la hora de ir de
compras o al cine tenemos una variedad abrumadora pero no es menos cierto que
cuando queremos ir a trabajar el atasco está a la orden del día, también el
ataque de nervios buscando dónde aparcar. Si va uno en transporte público se
ahorra esos disgustos a cambio de ir como una anchoa en una lata diminuta y,
ahora que viene el calorcito, rodeado de un olor que favorece la operación
bikini, eso sí. Sin embargo, los protagonistas de los cuentos que se recogen en
el libro que hoy recomendamos, les recuerdo, Felah Mengus: campesino errante, de Tomás Bravo Vicente –Editorial
ADIH- pueden ir andando a trabajar, si no, en unas circunstancias libres de
atascos, de humos abundantes y de nervios a flor de piel. Muchos de ellos verán
el amanecer en el trayecto o incluso trabajando y tendrán una mañana plagada de
duro trabajo y de paz.
Tengo que reconocer que la lectura de
este libro me llegó en un momento en el que la necesitaba especialmente. A
punto de rendirme en un asunto personal me topo de bruces con un cuento que me
hace ver que cuando uno ha llegado a la mitad del río da igual seguir que
volver para atrás porque le queda a uno la misma distancia por recorrer.
A veces, esa lógica aplastante del
campesino es tan evidente que los de ciudad no reparamos en ella. Empezamos a
dar mil rodeos para afrontar un problema cuando lo más fácil, muchas veces, es
buscar soluciones prácticas y sencillas como las que proponen los cuentos del
libro.
Los cuentos están divididos en tres
grandes temas: Emoción, humor y pensamientos ocultos. En cualquiera de los tres
grupos cada cuento tiene su moraleja. No son historias que se cuentan porque
sí, se comparten para aportar una enseñanza. En ese sentido, el libro cumple la
función original del género y nos remite a ese libro entrañable que nunca olvidaré,
El conde Lucanor, de Don Juan Manuel.
Un libro que se puede leer con cualquier edad pero que cuanto antes lea uno
mucho mejor. Siempre se podrá volver a él en cualquier momento.
Los cuentos del apartado de humor no
son chistes exactamente, presentan situaciones con cierta gracia que más que
reír nos llevan a una sonrisa cómplice y comprensiva que vuelve a ponernos en
sintonía con esa lógica aplastante del labriego que suele ser mucho más sensata
que la de los hombres de ciudad.
Me da la sensación de que he escrito
mucho del libro sin desvelar absolutamente nada pero me temo que así debe ser.
Quien quiera saber más que acuda a él que seguro no le va a decepcionar.
Formalmente es un libro fino, de 160
páginas y pasta flexible y brillante pero de tamaño cuartilla con lo que no
está pensado para los bolsillos. Sí que es un libro ideal para llevar en un
maletín ya que al ser fino se adapta perfectamente a ese apartado lateral que
tienen casi todos los maletines de trabajo y de portátiles. En la cubierta, una
escena que anticipa la paz que transmite el volumen. Una alborada, un árbol de
hoja perenne, una roca y una chica con un portátil que mira a la pantalla con
el horizonte como fondo. Que lo disfruten.
Adolfo
Caparrós Gómez de Mercado
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