Inertes, como sombra en el
crepúsculo yacen cantos de libertad.
Era la tarde avanzada cuando una
pincelada roja pintó sobre la honradez un
clavel escarlata.
Los brazos que te acunaron todavía
no conocen la noticia. Ajenos a la
angustia, dos pequeñas figuras dan
patadas a una pelota de trapo mientras
que en unos ojos de grama se pinta la
inquietud.
Él le dijo que sólo iba a reivindicar
el sustento de los suyos, que no pasaría
nada, que los escucharían y volvería al
medio día. Pero ella escuchó respuestas
de fuego y muerte.
Llegó la noche, más no el amor.
Tras la vigilia, un susurro oscureció
la autorra. Y la sal líquida se mezcló en
las calles con el rojo y con el luto
aterrador.
Nadie sabe como te llamas pero eres todos,
no se conoce tu cara y sin embargo caminabas
a nuestro lado.
Quizás mañana todos seamos tú.
Adiós, hermano, adiós.
Pedro Ortuño Ibáñez
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