Alberto Olmos
Trenes hacia Tokio
Lengua de trapo, 2006, reedición 2009.
Posiblemente una de las características que habría de
definir a un buen escritor fuera la
consagración a erigir una obra personal. No ya original, que se aparte de los
cánones o de las tendencias ruidosamente, sino la construcción de un proyecto propio,
que camine por su propio sendero, que lo dibuje y que en su deambular nos haga
a los lectores compartir un horizonte común. Quizá esa es una de las virtudes
que posee Olmos, que escribe como Olmos.
Trenes
hacia Tokio
nació de las entradas en el blog personal del autor. Entradas, a modo de
diario, que posteriormente fueron recogidas en formato libro.
En Trenes hacia Tokio, un libro
fragmentario, escuchamos una única voz que padece cierta nostalgia pero con un tono
desairado, inteligente y secretamente sarcástico. En breves capítulos, primera
persona (¿autoficción?), nos adentra el narrador en su cotidianidad –quizá algo
hiperrealista, alienada, pero verosímil, incluso atribuible en algunos casos al
propio autor- en la ciudad de Tokio y alrededores. Un profesor español que se
enfrenta al mundo extraño y desquiciado de uno de los países más distintos que pueda
haber de España: Japón. Y de esa confrontación cultural resultan la cantidad de
anécdotas, sucesos y reflexiones que se recuentan en Trenes hacia Tokio. En dispersas y variadas situaciones: su trabajo
como profesor de idiomas en Infantil, los avatares domésticos con su pareja y
familia, con otros inmigrantes, japoneses que se encuentra en un restaurante,
en hoteles del amor, en fiestas privadas, en trenes, en la calle, en tiendas,
en la vida…
Si entendemos que Trenes
es una novela habría que decir que su hilo argumental es tenue, que a modo de
episodios deshilvanados, protagonizados y contados por la misma voz narrativa,
se suceden y conforman su historia. El estilo es directo, despojado de excesos.
Frases cortas, afiladas a veces, directas o con imágenes y aciertos poéticos
destacables que contrastan con la sequedad de algunos tramos más descriptivos o
puramente informativos.
Esa mirada descolocada y a la vez irónica con la que el
narrador nos dibuja el mundo extraño en el que está viviendo hacen que Trenes hacia Tokio se convierta en un
libro distinto, umbraliano, mordaz y lúcido.
Pedro Pujante
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