jueves, 10 de julio de 2014

El gato negro

Camino a casa fue cuando me sorprendió ese dichoso gato. Negro elegante y con soberbio andar, me miraba jurándome la mala suerte para el resto de mi vida.

-¡Vete gato!- le despreciaba con las manos y lo hubiese hecho con una escoba de haber tenido ocasión.

-¿Acaso por ser azabache y por causa de un insulso rumor te crees conocedor y por ello merecedor de tratarme así, de esa manera? ¿Dónde está tu urbanidad, que tan fehacientemente te intentó, porque a la vista está que no lo consiguió, inculcar tu madre desde la cuna? Me pregunto que hubiésemos hecho nosotros, los gatos, si hiciéramos caso a lo primero que nos contasen. Por ejemplo, a que existiera un camino predeterminado disimulado por casualidades que condujeran todas a un mismo destino; o, a que existiera esa tal cosa llamada superstición, y endiosáramos a elementos mundanos de la vida que tuvieran la capacidad de maldecirnos con la mala suerte y de frustrar nuestros deseos para siempre. El ser humano…siempre tan crédulo. Con su cuerpo erecto pavoneante, haciendo gesto de su preeminencia construyendo encima del arraso de una naturaleza tan bien diseñada que ni ellos mismos se atreverían a crear. Despropiándonos a nosotros, los animales, tan dueños y tan siervos de la tierra como vosotros, los erectos, de nuestros propios hogares. Desprestigiando siempre nuestros derechos por ser más benevolentes con el uso de nuestro poder y dándonos de comer sólo lo que a vuestra raza os sobra, o lo que ni los de vuestra especie comeríais. Y nosotros, pobres animales sin intelecto, sumisos, por instinto, ante aquella ley natural que bulle clara y dentro de cada uno de nosotros «nunca mates si no es por hambre o necesidad». Confiados en una ley compartida por todos, obedecemos y todo para decepcionarnos, una y otra vez, con el egoísta comportamiento humano. Todos sois iguales. Hasta los más santos quieren cohibir nuestra libertad. Nos veis como una masa, homogénea pero dispersa, previsible. Os dedicáis a estudiar nuestro instinto como el que practica con las cuerdas de una marioneta. Sereno desde su posición, tranquilo, relajado e incluso de buen humor. Pero a todo cerdo le llega su San Martín y deberíais preguntaros qué pasará cuando ya no tengamos tierras de las que desahuciarnos, cuando no os lleguen las sobras para repartirnos a todos lo mínimo para que estemos quietos, cuando ya no haya suficiente jaula para tanto león, elefante, mono, rinoceronte o buitre suelto. Somos muchos. Por todas partes. Dependéis de nuestra miel, de nuestra leche; nos encargamos de transportaros, de ahuyentar al ladrón, de vestiros y de alimentaros. Pregúntate qué pasaría si nos enfadáramos, con garras, colmillos, cuernos y sigiloso veneno; royendo los pilares de vuestra pirámide, absorbiendo vuestra sangre, inmovilizándoos. Y ahora todos, organizados, cualquier día, a cualquier hora. No seríais capaces de encontrar cobijo. Que allá donde hubiese un animal, ni un humano sin castigo. Porque nunca se sabe a dónde uno va a ir a parar más te valdría respetarnos a todos. Y apártate tú de mi camino, humano, que tú sí que regalas desgracias.-

Con un refunfuñón y brusco ruñido se erizó. Parecía haber salido de un secado de coches. Pataleó un par de pasos, agresivos por el contexto, y tras un pronunciado salto horizontal salió a la fuga.

-Qué ariscos estos gatos, que además de inapropiados por no permitirme siquiera responder a tal acusación, iluso y mentiroso. ¿Cómo van a organizarse un lobo y una oveja? ¿O un oso hormiguero con las hormigas? O acaso, ¡un perro con un gato! Ay ingenuo gato si supiera que nosotros, que sabemos organizarnos, no sufrimos ese tipo de abusos.


Irene Berrio Díaz-Velarde. (Huelva, 22 de mayo de 1991). Licenciada en Ciencias Políticas y de la Administración en la Universidad Pablo de Olavide de Sevilla. Realizó el Erasmus en Lisboa en 2011-2012. Su blog, Sur es el seudónimo de Norte: http://rehuertodeletras.blogspot.com.es/.

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