Cadencias
De un día no me queda más que el nacimiento de otro,
pasan las estaciones de este vía crucis sin apego ni
aliento,
sin dolor, sin limpios hematomas, sin la señal de la
vida,
soy un eficiente profesional y de nada me oculto,
todo
lo resuelvo.
Muchas mañanas siento esa necesidad de llegar a
alguna parte,
de que el volante de mi coche dé el giro equivocado,
muchas noches quisiera que las litis no fueran
miles, poder vagar entre botellas vacías,
decidir sobre la masacre de los despertadores y la
quema de las agendas,
pero a la siete a.m. la realidad sale al encuentro,
y un autómata
se levanta.
No tengo tiempo que perder pero esta poca arena que
me dieron se derrama,
hay un insondable foso séptico para los meses del
"todo sigue igual",
no follamos unos con otros, no nos decimos la
verdad, no nos salimos del guión,
amar a la progenie, ganar los salarios ácimos de
nuestros calabozos, serdecentes
vencedores, obreros especializados de la gran farsa,
tantos dones y las manos tan llenas de mierda.
Algún día tendremos que escupirnos al espejo,
algún día la muerte nos hallará entretenidos y la
película se habrá acabado,
no me engañes, yo nunca fui el guionista de esta
sátira de medallas y despachos,
vamos como zánganos blandiendo nuestro alfange,
culpables de esa maldita escolástica de curas
sucios, reos de esa rebanada de horror
suicida, insistente,
que hemos venido a llamar conciencia.
Disclaimer
Hay más de un motivo para pediros perdón...
Dice mi madre que le nació un mirlo blanco y le
creció un cuervo negro,
y acierta en la elección de los colores de las
ánimas que arrastro,
lo siento, papá, mamá, de veras que lo siento,
he parido todas estas páginas de obscuro metal, de
arrabio rabioso,
y son tan mías como el ultimo refugio de mi dolor.
Quisiera que mis hijos tuvieran un padre normal,
alguien de quien no se avergonzaran cuando les lleva
cantando afiladas guitarras
a sus entradas colegiales mañaneras,
alguien a quien no llamaran tarado sus parientes de
allende,
una columna jónica, sí, un firme sombrajo contra el
viento y la oleada, sí,
algo a lo que aferrarse cuando la noche acrezca.
De veras que lo siento, hijos míos.
Voy por los pueblos enseñando los bulbos raquíticos
de un ser atormentado,
los nabos arrancados de quien se reía a la palabra
"polla",
ni sonajeros ni rimas, todo lo que salpica tiene
algo de agonía,
y así nadie me podrá querer seguir,
me allego a los casinos y a los bares y cuento que
la verdad se multiplica por cero.
Esta maldición no tiene cura, y no hay sofrosis que
me regrese a un estado original,
me dolía ya la mar cuando la buceaba a la infancia,
me daban miedo tantas
burlas, tantas
púas y manos y dientes que se clavaban en los
cuerpos de mis días,
mi amor, quisiera escribirte de piedras en forma de
corazón, de calas
arrugadas al Lebeche y al calor,
de veras que lo siento, que estoy arrepentido de
blandir estos versos y lamer
estas mugres.
Mi única excusa es que no puedo mirar por otros
ojos,
y arrancarse las córneas es el truco de Satán.
Los que me lean querrán pensar que se trata de
artificio, sencilla pose del
heavy trasnochado,
pero no tengo ni una sola mentira que ofrecer.
De veras que lo siento, os digo a todos.
Todo lo tengo, pero todo lo retorno, la mano torpe,
la boca sucia, el espejo roto
roto.
Abuela
Siempre fui un gilipollas, abuela,
lloraba ese adolescente, se derrumbaba, era joven,
era fuerte, lucían soles y
no había en mi sangre fármacos,
tú me preparabas esos desayunos de pan tumaca a lo
Cabo de Palos,
era la sal,
era el aceite,
era el tomate y el Levante y el Lebeche,
un gilipollas, querida abuela,
te plañía maitines porque no se me quería, y pensé que
tú estarías allí
para siempre.
Ahora no sé si estás para poder perdonarme,
para decirme que es lógico que no te abrazara y te
comiera a besos,
que diera por ciertas tus velas a los muertos y tus
calderos tras la playa,
para taparme el acta de defunción que gimió al
último adiós en esa camita de Cartagena,
ahora no sé si me escuchas, pero si lo haces,
perdóname, por Dios o su puta abuela,
perdón.
Fuiste una hoz y un martillo y un velamen y una red
tupida, marinera,
las jóvenes me dejaban por bajo y feo, y tú me
decías que llegaría el día,
en cada noche la visita al Faro y a tus risas de ser
enorme,
de acantilado que ha encarnado mil estrellas y mil
golpes, y que se comió las costas,
y llevabas razón, abuela, sí, ahora ya casi todo me
da igual,
y me rebanaría la polla por poder tomar contigo mi
último pan tumaca,
porque me dijeras que tu edad fue parca y difícil y
llena de costrones dehorror, y nunca
nunca
te quejaste,
tu marido parapléjico y convertir las heces en
ternura,
tus hijos de cierta lejanía y tu bata de cola como
una coraza inexpugnable,
tu amor que un día murió, el puto cáncer, la boca
enjoyada y de pronto un rictus
por Dios, Cornelia, por Dios, levántate y anda,
que odio a esos falsos cielos que no te tienen
mientras campo entre
psiquiatras que no te sustituyen,
sabia de la tierra y de la mar, que entonces la edad
era pronta y aún el
alcohol era grato,
y a tu marcha el golpe del Lorazepam quedó como la mácula
que ya no abandona,
los antidepresivos son golosinas y tu nieto perfecto
ha pasado a arrastrar el
arrabio de la sed,
no podré sin ti, abuela, no podremos, ninguno de
nos,
dicen de mí que lo soy, abuela, que soy un buen juez
y un nieto digno, mas
sólo tu memoria me mantiene,
vuelve, pues, vuelve, abuela,
no tengo flores ni iconos ni más ídolos trágicos que
el verso desolado y el deficiente padre,
pero hoy es tu día, como todos lo son,
y he pringado una tostada de un tomate de rojo y
pasión que nadie, que nadie,
que nadie
se come.
Andrés Carrilo de las Heras, nacido en Sevilla pero de familia y alma oriundas de Cabo de Palos (Murcia). Licenciado en Derecho y en Ciencias Económicas y Empresariales. Ha publicado Horror and Hope, Ex y Metal negro. Ha participado en reditales en diferentes puntos de la Región de Murcia y sus poemas han sido publicados en revistas literarias.
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