martes, 13 de mayo de 2014

Charlie el primate



Como un primate, preso en su jaula, lo veía todas las  mañanas  en su escritorio. Con la  mirada perdida, gesticulando, masticando las palabras. Encorvado y ensimismado sobre sus escritos  no prestaba atención a nadie.
Después se levantaba, caminaba hacia la puerta, la abría mecánicamente y se marchaba  a un rumbo desconocido. A algún lugar donde su mente astuta pudiese expresar sus demonios sin restricciones.
Yo comencé a llamarlo el primate porque tenía la sagacidad de ellos. Charlie era igual a estos en su  manera de ser. Se las ingeniaba para llamar la atención más allá de sus intenciones.
 Tenía los brazos extremadamente largos y la espalda ladeada, característica que lo asemejaba aún más a  los antropoides.
Era imposible precisar si alguna vez había estado enamorado. El día que apareció Ana  en la tienda se sonrojó al verla. Miró a su alrededor con sorpresa,  como si recién hubiese descubierto donde estaba. A partir de ese momento, adoptó la costumbre de hablar  suavemente y,  siempre que lo hacía, observaba si ella estaba cerca.
La chica era linda, espontánea y dueña de una sensualidad única, y tanto hombres como mujeres, reparaban en ella.
Charlie y ella eran antagónicos. Dos polos opuestos imposibles de atraerse. No obstante, el romance entre ellos floreció. Ella con su sex appeal  y él con sus remilgos y su mirar solapado.
Cuando Ana dejó de venir al negocio, le pregunté a Charlie por ella. Encogiéndose  de hombros me dijo
 ─ Ella no me quiere.
─ ¿Terminaron?─ le pregunté.
─No ¿por qué habríamos de terminar? No es su afecto lo que me interesa de ella. Se levantó y salió caminando, no sin antes lanzar su mirada torva sobre mí.
Una mañana llegó radiante y me dijo
 ─ ¡Nos vamos a casar!
─ ¿Cuándo?─
─El lunes que viene.
─Felicidades Charlie─ respondí  sorprendida.
El lunes siguiente se casaron. Charlie después de la ceremonia vino a trabajar como de costumbre. Llegó solo, sin Ana, ofreció disculpas en nombre de ella y dijo que se sentía cansada.
A partir de la boda noté una transformación en Charlie. Comenzó a vestirse con elegancia, la curvatura de su espalda se desvaneció. Pasó a ser  locuaz y agradable con todos, sus ojos desprendían un destello que solo la felicidad otorga.
 Pasaron los meses y todo parecía viento en popa en la vida del ex simio ahora dueño de una seducción y magnetismo únicos.
A Ana no la vi más; hasta aquella mañana que entré y vi una criatura sentada en una silla, con las piernas recogidas en su regazo y los brazos pendiendo a los costados del cuerpo. La espalda levemente curvada hacía la derecha.
 Me acerqué con sigilo…tímidamente, balbuceando dije…─Ana ¿eres tú?─…  Ella levantó la cabeza y me miró con aquella mirada torva que alguna vez supo tener Charlie. 

Nora Ibarra

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