Como un primate, preso en su jaula,
lo veía todas las mañanas en su escritorio. Con la mirada perdida, gesticulando, masticando las
palabras. Encorvado y ensimismado sobre sus escritos no prestaba atención a nadie.
Después se levantaba, caminaba hacia
la puerta, la abría mecánicamente y se marchaba
a un rumbo desconocido. A algún lugar donde su mente astuta pudiese
expresar sus demonios sin restricciones.
Yo comencé a llamarlo el primate
porque tenía la sagacidad de ellos. Charlie era igual a estos en su manera de ser. Se las ingeniaba para llamar
la atención más allá de sus intenciones.
Tenía los brazos extremadamente largos y la
espalda ladeada, característica que lo asemejaba aún más a los antropoides.
Era imposible precisar si alguna vez
había estado enamorado. El día que apareció Ana en la tienda se sonrojó al verla. Miró a su
alrededor con sorpresa, como si recién
hubiese descubierto donde estaba. A partir de ese momento, adoptó la costumbre
de hablar suavemente y, siempre que lo hacía, observaba si ella estaba
cerca.
La chica era linda, espontánea y
dueña de una sensualidad única, y tanto hombres como mujeres, reparaban en
ella.
Charlie y ella eran antagónicos. Dos
polos opuestos imposibles de atraerse. No obstante, el romance entre ellos
floreció. Ella con su sex appeal y él
con sus remilgos y su mirar solapado.
Cuando Ana dejó de venir al negocio,
le pregunté a Charlie por ella. Encogiéndose de hombros me dijo
─ Ella no me quiere.
─ ¿Terminaron?─ le pregunté.
─No ¿por qué habríamos de terminar?
No es su afecto lo que me interesa de ella. Se levantó y salió caminando, no
sin antes lanzar su mirada torva sobre mí.
Una mañana llegó radiante y me dijo
─ ¡Nos vamos a casar!
─ ¿Cuándo?─
─El lunes que viene.
─Felicidades Charlie─ respondí sorprendida.
El lunes siguiente se casaron.
Charlie después de la ceremonia vino a trabajar como de costumbre. Llegó solo,
sin Ana, ofreció disculpas en nombre de ella y dijo que se sentía cansada.
A partir de la boda noté una
transformación en Charlie. Comenzó a vestirse con elegancia, la curvatura de su
espalda se desvaneció. Pasó a ser locuaz
y agradable con todos, sus ojos desprendían un destello que solo la felicidad
otorga.
Pasaron los meses y todo parecía viento en
popa en la vida del ex simio ahora dueño de una seducción y magnetismo únicos.
A Ana no la vi más; hasta aquella
mañana que entré y vi una criatura sentada en una silla, con las piernas
recogidas en su regazo y los brazos pendiendo a los costados del cuerpo. La
espalda levemente curvada hacía la derecha.
Me acerqué con sigilo…tímidamente, balbuceando
dije…─Ana ¿eres tú?─… Ella levantó la
cabeza y me miró con aquella mirada torva que alguna vez supo tener Charlie.
Nora Ibarra
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