miércoles, 29 de enero de 2014

Mundos épicos. Un breve acercamiento a la épica fantástica desde sus orígenes hasta la actualidad.



Desde que el hombre adquirió constancia de sus propias fuerzas, sus debilidades y sus conflictos (interiores y con sus semejantes), ha deseado mitificarlos y “cantarlos”; bien para dejar constancia de sus hazañas, bien para expresar la necesidad de que, ante la adversidad, siempre precisaremos de héroes que nos inspiren para imitarlos y superarnos. De esa forma, la épica y la fantasía heroica (la interpretación mítica de un mundo misterioso y agreste, a la par que fascinante) nos ha venido acompañando, con sus dioses y sus héroes, en la literatura y artes semejantes. Su tema clásico, “el viaje del héroe”, simboliza las etapas que experimenta todo ser humano desde la inocencia al conflicto (sacando fuerzas de flaqueza), para alcanzar el conocimiento de los propios dones y, por tanto, la sabiduría.

Todas las manifestaciones contemporáneas de este fenómeno comenzaron en las sagas de la Antigüedad: los cantos mesopotámicos (sobre todo, Gilgamesh), las leyendas del antiguo Egipto, los poemas homéricos, y las narraciones grecorromanas (bien de su mitología, bien de sus propias hazañas bélicas, muchas veces complicadas de desligar entre sí). Sentaron unas bases para la literatura futura que, según algunos expertos y con cierta razón, sólo ha sido imitación de esas famosas sagas.

Tras el declive de Roma, la herencia la recogen los Cantares de Gesta medievales, (Beowulf, Roland, el Cid, por citar algunos) y los Ciclos Artúricos, que terminaron desembocando en las novelas de caballerías y las bizantinas, repletas ya de los arquetipos más conocidos o maniqueos: la bella dama y su amor cortés, el malvado brujo, el caballero brillante, etc.

El género experimentó un renacer en forma de poesía narrativa durante la época romántica (donde comienza a cobrar fuerza el concepto del antihéroe) y ha venido evolucionando siempre parejo y asociado a otros como la [mal llamada] literatura “juvenil”. En muchos clásicos de esta última nos reencontramos, en diferentes medidas, con el viaje y los mitos del héroe: Robinson Crusoe, los Viajes de Gulliver, la Isla del Tesoro, Las minas del Rey Salomón, Los Tres Mosqueteros (el folletín por entregas que, en mi tímida opinión, supone los inicios del Pulp), Moby Dick... Una línea continuada por Salgari y su famoso Sandokán. Hay que señalar los aportes del género detectivesco donde el protagonista vuelve a ser un ego superior, brillante y arrebatador, pero también desmedido y aislado (por culpa de sus singulares y extraordinarias dotes) de la masa a la que auxilia, como ocurre con el mayor detective del mundo, Sherlock Holmes.


No debemos olvidar que cada cultura ha ido sumando sus propios referentes con el avance de las épocas. Cuando el mundo se redujo drásticamente al principio del siglo XX (por la mejora tanto en comunicaciones como en los transportes y ciencias) las influencias de otras mitologías (orientales, nativas americanas, precolombinas, africanas, australianas, nórdicas) se hicieron más patentes en las producciones occidentales. Ya estaban presentes, pero se fueron incorporando definitivamente en la conciencia popular (las 1001 Noches, por citar un ejemplo), para crear un todo completo y orgánico durante el siglo XX, donde la épica fantástica se definió con sus características contemporáneas.

Aquí se suelen percibir dos grandes tendencias, ligeramente diferenciadas. Mencionaré dos autores relevantes de cada una.

En Europa hallamos la rama inglesa, de intenciones literarias más elevadas, más densas y profundas, que bebe sobremanera tanto de las herencias artúricas y gaélicas como del cristianismo. La representan, sobre todo, CS Lewis (Las Crónicas de Narnia) y JRR Tolkien (El Señor de los Anillos). Éste último continúa siendo el mayor exponente y “padre a imitar” del género hasta la fecha, respetado y adorado casi con fanatismo por la profundidad de los mundos que creó, ya que se trataba de un profesor erudito que llegó a elaborar mapas, detalladas descripciones mitológicas y hasta lenguajes propios para sus tierras imaginarias.

Después tenemos la vertiente americana, que se originó en la era dorada del Pulp llamada así por la calidad escasa del papel en el que se imprimían revistas como Weird Tales y Amazing Stories. Presentaban relatos de extensión reducida y aparente menor calidad literaria donde preponderaban unas tramas trepidantes y ágiles, sin tiempo para el dibujo pormenorizado de escenarios o caracteres. No obstante, a los lectores les resultaban (siguen resultando) profundamente entretenidas, divertidas y menos serias. Sus fuentes son heterogéneas (respondiendo a la necesidad de una nación “creada”, también heterogénea, con poca historia propia y sin mitos antiguos que la respalden), por lo que cada comprador podría encontrar algo que se adaptase a sus gustos, ya que se mezclaban con alegría mundos épicos, exóticos y lejanos: una inventada antigüedad precataclísmica, el viejo Oeste, el terror, la ciencia ficción, etc. Dos autores (entre muchos) han gozado de gran relevancia posterior. El primero, Edgar Rice Burroughs, con sus icónicos John Carter y el archiconocido Tarzán. El segundo representa el pináculo de esta corriente, cuyos personajes son recordados y reelaborados mucho después de su muerte: Robert E Howard, creador de Rey Kull, el cazador de brujas Solomon Kane y, en especial, Conan (epítome de la “espada y brujería”).

Sin duda alguna, el siglo XX supuso un debilitamiento de las fronteras entre las narraciones y sus soportes tradicionales. Literatura, radio, cine y cómic comenzaron a influirse para conformar una aleación de géneros profundamente interdependientes. Es el mundo del cómic quien recoge sobremanera estas herencias de los héroes. Partiendo de los entrañables comienzos (con Flash Gordon, Mandrake, y el Hombre Enmascarado) se moldeó a los grandes mitos modernos que respondían a la necesidad estadounidense de portar el estandarte moral de su victoria en las guerras mundiales: se crearon los Súper Héroes, los nuevos semidioses griegos. Aparecieron figuras como los Cuatro Fantásticos (una familia mágica), Batman (el mortal que se compara a los dioses a base de tesón e intelecto superior), Spiderman (el joven que descubre que un poder conlleva una gran responsabilidad). Aún así, por encima de todos, amado y odiado a partes iguales, se alza el gran icono del POP, sobre el que han llovido ríos de tinta (no sólo la colorida del cómic, sino la de respetados ensayos) respecto a su simbología: Superman.

De forma paralela, cine y televisión recogieron la adicción (progresivamente más visual e inmediata) al espectáculo por parte de un público voraz y perezoso. En especial, desde los años 70, las grandes pantallas han venido respondiendo y tocando la fibra que subyace en los corazones de todos los “mortales” sedientos de héroes que nos guíen e inspiren (aunque resulte un fugaz paraíso artificial y superficial, pero tan emotivo como la propia necesidad). De esta manera, se refrescaban muchos mitos de la antigüedad para una generación que no se solía interesar por ellos hasta después de experimentar los fenómenos de Star Trek y Star Wars (éste último cumple con perfección modélica el viaje del héroe).

De un tiempo a esta parte, con el cambio de siglo, la fórmula resulta obsoleta. Tras del bombardeo ingente de productos imitativos y casi paródicos (pensados para la recaudación desenfrenada y el consumismo), los lectores se están cansando de perfectos modelos sin tacha ni grisura moral, y exigen unos héroes más humanos, complicados, verosímiles.

Se perciben tres corrientes actuales al respecto: traer el mundo inverosímil y mágico a la realidad de autobuses y rutinas (JK Rowling con su Harry Potter y autores más ligados al cómic como Alan Moore y Neil Gaiman) o, por el contrario, barnizar de verosimilitud realista un mundo mágico y ajeno (el ejemplo más significativo es George R. Martin y su Canción de Hielo y Fuego), por último, recogiendo la más pura herencia de la sátira griega, existe la opción de utilizar los clichés medievales fantásticos para realizar una crítica a las ambigüedades y sinsabores de la sociedad moderna (Terry Prachett y su Mundodisco).

Con independencia del aspecto que cobre su destino, los héroes y sus hazañas siguen más presentes que nunca, pero necesitan de ayuda para seguir latiendo en nuestros corazones con la emoción y la maravilla. No permitan los lectores que sus iconos caigan en el olvido para las nuevas generaciones, resultaría un mundo de escasas esperanzas que los malvados pretenden extender. 

Fernando López Guisado

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