La arena pesada
Grijalbo, 1982
Nuestra ciudad no se parecía a las poblaciones con rasgos sedentarios. El norte del distrito de Chernigov, junto a la región de Moguilev, no es ya Ucrania sino Bielorrusia. Estamos cerca de Orlov y de Briansk, se trata ya de Rusia, y disponemos además de una gran estación de ferrocarril.
Podríamos decir que así comienza esta gran historia de una familia judía a lo largo de más de treinta años (desde 1909 a 1942) que se desarrolla a la vez que los grandes acontecimientos de la época: la primera gerra mundial, la revolución rusa, la guerra civil, la segunda guerra mundial... pero que, sin embargo, el autor- en aquellos momentos supongo que estaría bien visto por el régimen soviético- no cita uno de los terribles acontecimientos que vivieron los ucranianos, el Holodomor, que ocurrió entre 1932-1933, y que afectó a 7 millones de personas.
Conoceremos, gracias a la novela, que era costumbre poner de apellido el nombre de la ciudad, de la villa o de la aldea donde se nacía, y que, por tanto, si nacías en la aldea de Ivanovka, serías Ivanovski. Y que si el sujeto se llamaba Iákov, y había nacido en Ivanovka y tenía un hijo, éste se llamaría, por ejemplo, Borís, Borís Iakóvlevich Ivanovski.
Pero no sólo ponían apellidos por el lugar de nacimiento, sino también por la profesión: el hijo del herrero: Kuznetsov; el hijo del curtidor, Kozhevnikov; el del encuadernador, Perepletchikov...
En este lujo de detalles la obra de Ribakov es muy ilustrativa para conocer las costumbres del pueblo ruso, ucraniano en este caso, durante aquellos años. Y una forma de ir presentándonos a los personajes de esta gran familia judía por su lugar de nacimiento y su profesión.
Porque estamos ante una historia de amor entre Iákov y Rajil, entre un hombre y una mujer, como dice la contraportada: el amor de juventud y el amor de madurez, el amor de los años buenos, el amor de los años bajo la bota soviética y bajo la bota nazi, una historia de amor narrada por su hijo, Borís Iakóvlevich Ivanovski.
Y él nos recordará que su padre y su madre eran gente valerosa, pero su valor se había empleado en afirmar y defender su amor, su familia. El amor era su vida y debían morir juntos, lo único que querían era acercarse juntos a la fosa.
Una historia que me ha encantado leer.
Francisco Javier Illán Vivas
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