Cortázar
y los libros
Fórcola Ediciones, 2011
Cortazariano
confeso no puedo olvidar que en febrero de 2004 El Cultural publicó un número
con un amplio artículo dedicado a la
biblioteca personal de Julio Cortázar, que tras su muerte, fue donada por
su viuda, Aurora Bernárdez, a la Fundación Juan March en Madrid. Desde entonces
anidó en mi cabeza la idea de visitarla (la biblioteca). Cuando por fin me
decidí mi decepción no pudo ser mayor. Allí solamente tenían expuestos en
vitrinas algunos de los libros de Cortázar y el resto (que es la gran mayoría)
se encontraba guardado. No obstante, allí me enteré que Jesús Marchamalo
(Madrid, 1960) había tenido la delicadeza de crear un pequeño libro con ilustraciones que equivale a un paseo por las estanterías
del grandísimo Cronopio Cortázar. Un libro-puente que nos conduce al apasionante y personal universo
bibliofílico de Julio Cortázar.
En
Cortázar y los libros hace Marchamalo
un viaje al fondo de la biblioteca última que Julio Cortázar habitó. Un viaje
simpático, distendido, en el que entablamos un diálogo con los propios libros,
con los más de cuatro mil volúmenes (unos quinientos con dedicatorias de sus autores:
Calvino, Casares, Monterroso, Paz, ninguna de Borges) que aguardan silenciosos
y ordenados en sus estanterías. Dime qué lees y te diré quién eres, se suele
decir. En efecto, la biblioteca es una
especie de radiografía emocional, cultural y vital de su dueño, y en el caso de
Cortázar, se transforma en una biografía espiritual que nos informa de sus
gustos, de sus amistades, de sus cariños, de su vida, de su relación más
privada con la literatura y con los escritores que le apasionaban o con los que
tuvo relación. Por supuesto, los que conocen a Julio Cortázar no se sorprenden
de sus filias literarias: Lezama Lima,Keats, Cocteau, Octavio Paz, Pizarnik, la
poesía francesa o la adición casi infantil por las novelas de vampiros. El
arte, la filosofía… Sin embargo, Marchamalo, con acierto y ojo de paleontólogo
de bibliotecas, también ha registrado las notorias ausencias. No hay,
extrañamente, muchos libros de su amigo Vargas Llosa; faltan Maupassant,
Tolstoi o Camus; nada de Cela, Matute o Umbral. Se lamentaba Cortázar de no
haber leído (a excepción de la poesía) mucha literatura española. También hay
que comprender que el nómada Julio emprendió muchas mudanzas y perdería en
ellas algunos libros. La semblanza de Cortázar es libresca, así que a través de
sus libros se puede trazar un itinerario biográfico. Entabla Cortázar diálogos
con los autores, hay en los márgenes de
los libros interpelaciones, exabruptos ante algunas sentencias o críticas
directas. Demostraciones de cariño en dedicatorias que traspasan el ámbito
meramente literario y nos sumergen en su universo más privado. Hay en Cortázar y los libros una cercanía que
parece contradecir lo que Jesús Marchamalo afirma al comienzo del libro: ‘Nunca tuve ocasión de encontrarme con Julio
Cortázar en persona…’ Un inicio, de hecho, que conecta y responde la
célebre primera frase de Rayuela: ‘¿Encontraría
a la Maga?’
Además
del texto, el libro viene acompañado con valiosas ilustraciones. En ellas no
solo se nos ofrecen fotografías de los libros cortazarianos; también hay dedicatorias,
firmas y fechas manuscritas por el propio autor, flores ajadas por el tiempo,
billetes, papeles, garabatos. Es interesante comprobar la manera con la que
Cortázar anotaba en los márgenes, o cómo subraya o corregía las para él tan molestas erratas. Es curioso comprobar
cómo dialogaba con los libros.
Ahora,
el lector, a través de Cortázar y los
libros, también tiene la oportunidad de dialogar con el verdadero Julio, el
lector, el devorador de literatura, el gran padre Cronopio que fundó un
universo único e inigualable.
Pedro Pujante
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