domingo, 21 de abril de 2013

El niño que robó el caballo de Atila

Iván Repila
El niño que robó el caballo de Atila
Libros del silencio, 2013

De vez en cuando uno tiene la suerte de descubrir una pequeña joya literaria entre la multitud de libros que pueblan los anaqueles de las librerías. Este es el caso de la nouvelle ‘El niño que robó el caballo a Atila’ (Libros del silencio, 2013), segundo trabajo de Iván Repila. La literatura inspirada en espacios cerrados y claustrofóbicos inunda nuestra historia de ejemplos. Desde los Romances de esclavos, pasando por los slave narratives americanos de los siglos XVIII y XIX. Pero la situación que nos propone Repila tiene más que ver con cárceles mentales, con estados de conciencia kafkianos que tienden a la introspección. Está conectada con esos lugares desiertos que Juan Rulfo tan bien supo diseñar o los laberintos indescifrables de las cosmogonías borgianas. El argumento, no obstante, es sencillo: dos niños atrapados en un pozo por razones que no se aclaran del todo hasta el final. No hay nombres, ni asideros cronológicos ni espaciales que nos aporten datos y alivien nuestro desconcierto. El entramado narrativo oscila desde la oscuridad gótica al aparente cuento de hadas en el que unos niños se pierden en el bosque con amenaza de lobos y cesta de comida preparada por mamá, incluidos. Pero no nos engañemos. El relato es una alegoría siniestra del alma humana en la que sus dos jóvenes personajes, sumidos en la oscuridad de un pozo, sufren estados alucinatorios de canibalismo, de frustración, de libertad, de terror.

Los capítulos del libro se enumeran por el día en el que se encuentran los dos niños en el agujero. Sin embargo, el autor ha querido producir una simetría extraña al hacer saltar los episodios/días a través de números primos (1, 2, 3, 5,7,…), algo que nos recuerda a Mark Haddon en su novela, también protagonizada por un niño, ‘El curioso incidente del perro a medianoche’.

Esta historia, que funciona como una metáfora, cargada de simbolismo y mensajes cifrados y profundos, se edifica a partir de fuertes contrastes. Por un lado encontramos una economía de personajes, situaciones recortadas y un escenario lóbrego. Sobriedad esta que contrapuntea con un luminoso y lírico lenguaje y destiladas metáforas sobre la existencia, el amor o la soledad: ‘Este pozo es un útero, tú y yo estamos por nacer (página 87)’. Estos delirios poéticos de la alucinación y de la rabia que viven los dos niños-protagonistas sirven para demostrar que el ser humano aún está a mitad de camino de sí mismo. Porque la historia que propone Iván Repila no tiene punto intermedio. Oscila entre lo animal y lo sagrado, lo brutal y lo onírico. Entre lo más primitivo y recóndito y lo telúrico. Hay en este juego ficcional de la existencia, de la superación un mensaje: la pérdida de la niñez. La pérdida del Paraíso. 

La narración avanza con fuerza. El juego de la supervivencia de los dos hermanos en el oscuro pozo se transforma en un catálogo de rituales febriles que parece emanar de la zona más reptiliana de sus almas y que, a pesar de su brutalidad, se mostrará deslumbrante y revelador, y nos conducirá a un final apocalíptico, de dimensiones sublimes. El lector se verá sometido a este tour de force que Iván Repila ha sabido componer con mano firme y sensibilidad arrebatadora. Un autor que parece haber encontrado su estilo y que ya forma parte de la nómina de escritores que merece la pena seguir de muy cerca.
Pedro Pujante

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