viernes, 8 de marzo de 2013

Al otro lado

Marlen Haushofer
El muro
Siruela, 2003

Afirman que las fronteras no existen, sino que somos nosotros quienes las establecemos por miedo. El miedo a la diferente, el miedo a lo desconocido, el miedo a cambiar… El ser humano es una especie que basa su supervivencia en un entorno que él mismo ha creado, completamente artificial y lleno de comodidades que hacen su existencia mucho más sencilla y cómoda al que somos incapaces de renunciar. Sin embargo, ¿qué ocurriría si nos viésemos en la obligación de hacerlo? 

Marlen Haushofer plantea esta interesante hipótesis a través de su novela más conocida, «El muro». En ella, su protagonista deberá renunciar a su anterior existencia para sobrevivir al confinamiento de un muro invisible que circunda los terrenos de la cabaña de unos amigos. A partir de ese momento, su vida se reduce a la rutina diaria para garantizar su supervivencia, tolerable gracias a la relación que establece con sus animales: un perro de caza, una gata salvaje y una mansa vaca. 

«El muro» es un sólido retrato sobre la soledad y la relación del ser humano con la naturaleza que reflexiona sobre el actual estilo de vida, sobre todo en las ciudades. Marlen Haushofer consigue introducirnos esta crítica social a través de los escasos flashbacks sobre la vida de la protagonista previa al muro. En ellos, nos desvela la infelicidad que sufría derivada de una existencia vacía, donde la relación con los miembros de su familia era inexistente, incluyendo sus hijas, y se basaba en las apariencias o la posesión material, como ocurría cada Navidad. 

Resulta sorprendente comprobar la rápida adaptación de su protagonista al nuevo entorno. El espacio dedicado a la exploración del muro y los pensamientos sobre su origen apenas ocupan un par de párrafos, mientras que las descripciones sobre sus labores acaparan casi toda la novela. Marlen Haushofer pretende que la atención del lector esté centrada en los aspectos más cotidianos, olvidándose de la existencia de esa frontera invisible para describirnos la riqueza de lo sencillo, la opulencia de lo básico cuando todo lo demás ha desaparecido.

En este sentido, la progresiva transformación que experimenta el personaje está directamente relacionada con sus animales, desarrollando una dependencia mutua ante la necesidad de afecto. Resulta muy significativo comprobar el grado de detalle en las descripciones que realiza, mientras que de ella lo desconocemos casi todo, incluyendo su propio nombre. Este contraste nos permite comprobar la renuncia inconsciente de su anterior vida para entregarse por completo a su nueva familia. Una percepción reforzada por el final de la novela, que representa una ruptura de la narración previa ante la rápida sucesión de los acontecimientos. 

Es cierto que la lectura requiere una gran paciencia, pues «El muro» está narrado en formato de diario continuo, sin capítulos que nos permitan distinguir el transcurso del tiempo en sus páginas. Una estructura similar a «Ensayo sobre la ceguera» (José Saramago), pero que Marlen Haushofer ya había empleado para su novela y consigue simbolizar la interrupción del mismo desde el mismo instante en que aparece el muro, el antes y el después que representa para el personaje e incluso el propio lector de la historia.
De igual modo, no podemos ignorar las semejanzas en el argumento de que «La cúpula» (Stephen King), demostrando como esta obra establece un precedente entre los éxitos literarios más recientes. Y es que, como dijo Arturo Graf: "El de la locura y el de la cordura son dos países limítrofes, de fronteras tan imperceptibles, que nunca puedes saber con seguridad si te encuentras en el territorio de la una o en el territorio de la otra". 

María del Carmen Horcas López

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