Revista de creación literaria en busca de creadores del mundo

viernes, 31 de julio de 2015

Oro blanco, de Patrick Ericson (Reseña nº 732)

Patrick Ericson
Oro blanco
Good Books, abril 2015

Patrick Ericson es un escritor que parece saber qué tiene que escribir y cuándo debe publicarlo. Hasta la fecha, sus últimas novelas han gozado del privilegio de ser publicadas en el momento oportuno, cuando los lectores se decantaban por un determinado género literario. Eso es un acierto, pero no el único. Porque, una vez conocidos los gustos de los lectores, lo que se les pone en las manos debe tener calidad para que despierte en ellos el placer por leerlo.

En esto también acierta el autor de Alhama de Murcia, un escritor que se ha hecho así mismo y que, después de una extensa bibliografía personal, sigue ajeno a los grupos y corrillos literarios que tan famosos son en la Región de Murcia.

Su novela publicada más reciente es otro acierto en el momento en que nos encontramos, donde miles de voces claman contra la destrucción de los ecosistemas, contra la esquilmación de los recursos naturales y donde él denuncia, bajo la protección de una novela negra, policíaca o thriller, lo que está ocurriendo en el Cuerno de África, en lo que se conoció como La Perla del Índico.

Sirva como ejemplo este alegado: "La raíz de todo está en la pobreza que genera la pesca INDNR -ilegal, no declarada y no reglamentada-, que obliga a la gente a tomar medidas drásticas". (Página 77)

Estamos, en efecto, ante una novela, bien planteada, con diferentes personajes que convergen en Somalia, con episodios casi fotográficos, narrados sin extenderse en exceso con la precisión de quien sabe lo que quiere el lector. No es una novela ladrillo para colocarla en la estantería, es una novela para disfrutarla leyendo mientras vamos conociendo a todos esos personajes que se citarán, sin saberlo, en Hobyo.

Y, como os decía, la denuncia de los vertidos tóxicos cerca de las costas de Somalia, la pesca ilegal, no declarada y no reglamentada en aguas territoriales del país, pues el autor no dejará de repetirnoslo durante toda la narración.

Odio, venganza, guerra, amor... también hay momento para el amor en esta novela, con episodios no aptos para sensibilidades débiles.

Patrick Ericson, José María Fernández-Luna, lo ha vuelto a conseguir.

Francisco Javier Illán Vivas

jueves, 30 de julio de 2015

Selección poética de Maica Bermejo Miranda

 
NO ME ABANDONES

En la habitación
la música en espirales concéntricas
envuelve nuestra esencia, la voz
rota susurra en mi oído.
Ne me quitte pass
Tús cálidas manos retozan hambrientas y los
cuerpos enlazados amagan pasos de baile
emboscando la realidad del abrazo furtivo.
Ne me quitte pass
Los labios, comienzo del juego
disfrutan festivos la realidad del encuentro
música y amor, tarde de domingo.
Ne me quitte pass, Ne me quitte pass,
Ne me quitte pass





LA HUÍDA

Fue la válvula de escape
el punto de fuga de lo impensable
volaban sueños antojadizos en tus pupilas voraces
bajo mi ventana
pasaba en silencio la procesión de los tristes,
por no hacerme cueva,
escapé a París.




CIUDAD PRISIONERA

Esta ciudad donde la bota opresora
resonó firme pisando sus aceras
hordas de furia y lamento.
Ciudad de luz inundada de
silencios que calló su latido para
hacerse viento
oculta
bajo la niebla.





CANCIÓN

El horizonte un mar de tejados,
sobre los aleros la luz derrocha colores.
El viento mutante escurre lánguido su canción,
aletean en el aire retozones los pájaros,
la noche extiende su capa de plumas
y el Sena se hace tinieblas
tremolando
al son de una acordeón.

Maica Bermejo Miranda

martes, 28 de julio de 2015

París ya no es París


Miguel, además de no saber cucar el ojo derecho, se resiste al mito del splendeur de una Francia enseñoreada contra los pieds-noirs y los sans papiers. Este joven español de veinticuatro años, cuerpo delgado y un poco ácrata y poeta, no entiende a quienes se empatriotan desayunando tostadas con mantequilla o se les abre el culo con sólo escuchar el marchons, marchons de la Marsellesa. Y es que Miguel, cuando oye spagnol de merde, recuerda aquellos versos de León Felipe:

Nunca cantemos
la vida de un mismo pueblo
ni la flor de un solo huerto.
Que sean todos los pueblos
y todos los huertos nuestros.

Miguel llega París en los años setenta. Todavía entonces se podían ver por las calles del Barrio Latino pintadas como soyez realistes, demandez l'impossible de aquellos jóvenes indignados del Mayo del 68. Pero Miguel, como cualquier otro extranjero de más abajo de los Pirineos, o como un simple bougnoule venido del otro lado del Mediterráneo, en el medio rudimentario donde se mueve, y lejos de los círculos elitistas de la gauche divine, es considerado como un patois, mas que como un citoyen heredero de las proclamas (liberté, égalité, fraternité) de una revolución estereotipada y clasista.

Miguel, estudiante de Veterinaria allá en España, es expulsado de la universidad por esterilizar a la gata del alcalde en lugar de extirparle un quiste de la ingle. Además a este joven se le hacía irrespirable vivir acosado a todas horas por la secreta, adoctrinado por una moral hipócrita, engullido por una tradición ibérico-carpetovetónica o zarandeado por el orden establecido de un caos de abusos y despropósitos que le repateaban el estómago.

Miguel hacía tan sólo dos semanas que había salido de la cárcel de Carabanchel. Allí en España, al ir a comprar un cuarterón de tabaco para su abuelo, un campesino inválido de tanto faenar la tierra, la patrulla antidisturbios lo detiene sin más. Daba la casualidad que esa misma mañana los estudiantes se habían atrincherado en barricadas en las escalinatas de la Facultad de Letras en solidaridad con los albañiles que llevaban más de un mes en huelga. Los policías acordonan los alrededores de la Universidad. Cuatro grises como cuatro galgos con sus porras levantadas se lanzan de improviso sobre Miguel, lo estampan de mala manera contra la fachada del estanco. Allí mismo, con los pies espatarrados y las mano en alto de cara a la pared, lo cachean de arriba a bajo. Lo esposan, lo suben a una de las las lecheras junto con un puñado de estudiantes, todos apelotonados en el jeep. Luego: a la comisaría de

Sol, los careos, interrogatorios absurdos, amenazas, hostias y leches. Y tras las setenta y cinco horas reglamentarias en los calabozos... al talego. Este fortuito incidente —alteración del orden público—, le cuesta a Miguel siete meses y medio de cárcel sin tener arte ni parte en ninguna refriega o maquinación estudiantil.

Nada más salir de la trena, Miguel cae en un estado de somnolencia mental. Le avergüenza vivir en un país en el que un dictador acartonado mata a quien enamorado de una idea luce una rosa roja en el ojal de su camisa, empapela a quien aficionado a la poesía lleva en su mochila El rayo que no cesa, o encarcela a quien se disfraza de Napoleón con una capa tricolor sobre sus hombros la víspera de un miércoles de Ceniza. Una buena solución para este bajón de Miguel sería enrolarse en alguno de los muchos movimientos de resistencia contra el Régimen franquista que pululan por la piel de toro de su querido país dolido; pero el letargo de los meses en prisión le sangró el cerebro, los barrotes de la celda le quitaron las ganas de luchar por el derrocamiento de la dictadura, los gritos de dolor de los torturados en el carambú le ensordecieron la conciencia. Y decide que la indiferencia más absoluta será su compromiso político. Y lo que unos creerán que este comportamiento es huida y cobardía, para otros, incluido el propio Miguel, es el comienzo de un nuevo afrontamiento, otra aventura.

En una tierra en la que la cultura, los derechos políticos y sindicales son pisoteados por las botas de un viejo General en estado de guerra permanente, apoltronado en el Pardo de sus postrimerías interminables, la grandeur de la France es la salida; la Tour Eiffel, el faro de la cordura; Montmartre, la colina de las artes; los Champs-Elysees, el arco de la belleza; le Quartier Latin, el placer de la literatura; y el Bois de Boulogne, los jardines de la bonheur conquistada. Esta ciudad para la mayoría de jóvenes españoles de aquella época, inquietos y desafectos al Régimen de Franco, era la simbolización de las libertades cívicas e individuales. Miguel se echa la manta a la cabeza, no se lo piensa dos veces: y con una mano delante y otra atrás se sube en el primer tren con destino a la estación de Austerliz.

Nada más llegar a París, ayudado por los servicios de un centro de acogida de la rue la Pompe, Miguel encuentra trabajo sin contrato alguno, como peón de albañil a las órdenes de otro español, también exiliado, pero votante del Front National, el partido de extrema derecha recién fundado por Jean-Marie Le Pen. Le cuesta Dios y ayuda alquilar una chambre. Por fin encuentra una pequeña habitación en los altos de un viejo edificio, cerca de la estación Saint Lazare. El dinero que gana como briqueteur apenas le llega para comer, pagar la chambre, y además el transporte. Decide reducir gastos a costa de montarse en el bus sin billete. En el más de medio año que lleva en París sólo una vez le exigieron el tique. Saca cuentas. Le sale más barato pagar una multa cada cierto tiempo por no llevar su billete en regla, que tener que comprar uno cada día.

Basta que Miguel espante con el conjuro de su estratagema contable al revisor de la línea de autobuses, para que a la semana siguiente un inspector con bigote y gorra le pida el tique. En la siguiente parada bajan el Controlador y Miguel. Ya están los dos en la prefectura más cercana. El comisario le pregunta al joven:

Vos papiers s'il vous plait?

Miguel quisiera responder al prefecto con aquellos mismos versos del poeta: me encontraréis a bordo ligero de equipaje, casi desnudo, como los hijos de la mar; pero no es tan engreído como el policía sospecha. Miguel se calla. No dispone de ningún aval, ni contrato. Nada que pueda justificar su estancia en el País ejemplo de las Libertades. El comisario sentencia:

Los sentimos, muchacho, debe abandonar Francia. Usted es un gravamen para nuestra República. Si al menos acreditara que con sus ingresos contribuye al sostenimiento de nuestra hospitalario País. La ley lo dice muy claro: todo inmigrante sin recursos económicos será devuelto a su país de origen.

Esa misma tarde Miguel es conducido por un coche del Servicio de Vigilancia operativa de la policía nacional hasta la frontera de Portbou.

Y es que Miguel, además de no saber cucar el ojo derecho y ser un poco poeta, a partir de ahora cuenta con otro chasco más en su vida: París ya no es París, al menos, no lo que este joven esperaba.

Juan Serrano 

lunes, 27 de julio de 2015

Siempre nos quedará París



Estuve en París hace muchos años. Era muy joven y la idea del viaje me daba vértigo. Teníamos quince días por delante para disfrutar de la ciudad.

El viaje lo hicimos en coche para dedicar el camino a visitar las ciudades de la ruta y parar en la campiña a comer sentados sobre la hierba. Nos habían prestado un apartamento en Paris… ¡Un sueño!

Podría hacer la lista de sitios recorridos; los paseos junto al Sena; los bocadillos devorados en un banco a la espera que se abriera el Louvre; Notre Dame y el huevo duro con café con leche que me tomé en un cafetín contemplando sus torres aparentemente inacabadas; la Saint Chapelle con sus vidrieras imposibles; las escaleras hacia Montmartre; los recorridos en metro; la Bastilla, la Torre Eiffel, la Estatua de la Libertad…

Desde entonces a hoy han cambiado muchas cosas; la primera de ellas es que ha pasado el tiempo y ese Paris recorrido en metro o paseado, dependiendo de la hora, está casi borrado de mi recuerdo. ¿Siempre nos quedará París?

“¡Siempre nos quedará París!”,  dice un personaje de película en blanco y negro.  Me viene esa frase a la memoria desde  la neblina de los recuerdos de mi infancia. Es lo que pensé al rato de leer el título de la convocatoria. Ese era un tiempo escondido y abandonado a su suerte en mi recuerdo. Por eso desestimé inmediatamente la posibilidad de escribir algo sobre el tema.

La idea me volvió a la cabeza hace dos noches; y el insomnio me hizo rescatar, de ese fragmento dormido de mi cerebro, cosas que creí enterradas para siempre.

Una película vista en la tercera fila de un cine de sesión doble con el suelo lleno de cáscaras de pipas y olores de ozonopino, cuando mi abuela me recogía los viernes por la tarde del colegio. Las caras enormes, casi encima de la mía, y unos diálogos incomprensibles. Un hombre que fuma, un pianista, una mujer que llora… Parece que quieren estar juntos, pero no puede ser. ¡Tócala otra vez, Sam! Un pianista amable, una cerveza… y el hombre que entra en la sala y no sonríe mientras ordena al pianista que no la toque. Un avión, una mirada, un gendarme, una guerra, una ciudad: Casablanca.

“El tiempo pasará” es el tema central de la banda sonora. Él no quiere que Sam la toque… Cuando el tiempo pasa, ese tiempo ya no puede volver. Tal vez sea esa la razón de la orden que recibió el pianista amable. Nosotros seguimos adelante, sobre todo si tenemos claro el camino a seguir. Y Rick Blaine lo tenía claro.

Esas semanas en París, que disfruté por fuera pero que padecí por dentro, marcaron el principio y el final de una felicidad que nunca existió. Lentamente, fui tomando decisiones que me hacían sentir mejor. Pero me fueron alejando de mi compañero de viaje.

Ya no queda París ni quiero que me quede. Aunque me alegro de haber escrito estas líneas como homenaje a esa magnífica mujer, mi abuela, que nunca salió de su ciudad porque le daban miedo los barcos y los aviones. Nunca fue a París.

Ahora casi tengo la certeza de que mi abuela, cinéfila hasta la médula en un tiempo en que las mujeres no salían solas a la calle, también intentaba huir de algo que no pudo resolver y que recortaba su libertad. Se consolaba yendo al cine cada vez que alguien la acompañaba y que casi siempre era nadie. Estaba sola, pero me tenía a mí por lo menos los viernes.

Me tengo a mi misma… porque, como decía la canción, el tiempo pasará…

Y pasó.

¡No la vuelvas a tocar, Sam!

Ya nunca me quedará París.

Mª del Carmen Baeza Verdú

jueves, 23 de julio de 2015

Selección poética de Fabrice Farre



1. Sin título

Dime lo que piensas (me pregunto), mientras
se ilumina la Pirámide. La memoria no es ni
un museo, pero la visito cada día en cada hora;
no tiene cuadros tampoco, pero sigo viendo
las líneas de esas caras, en las del tiempo.
Pues, el vidrio claro en el cielo de París tiene
toda la voluntad de erguirse en tu vida, y
hablo sin abrir la boca (mirándote), hijo.



2. Tú, ciudad.


El nombre que tienes, el que perdí
bajo un bateau-mouche,  la noche que llevas
en los lomos de piedra romana, la hora
que busco en esa edad de diez por dos más cinco (creo).
El hombre pasa, es el que fui por supuesto, subiendo
la calle Genova de Chantilly, donde una loca toca el acordeón,
diciendo y repitiendo que iba a huir el que está en su casa
pero no el que vive ahora, en este dormitorio donde no hay
ni agua, ni barco, sino la canción del nombre exacto del descamino. 


Fabrice Farré. Nacido en 1966, es el autor de cinco libros de poesía. Ha publicado en más de 60 revistas francesas y extranjeras ( Place de la Sorbonne, Résonance générale, A verse, Les carnets d’Eucharis, Levure littéraire, Microbe, Point barre, por ejemplo). Su blog : http://biendesmotsencore.blogspot.fr.

martes, 21 de julio de 2015

El color de tus ojos, de Trini Ríos (Reseña nº 731)

Trini Ríos
El color de tus ojos
Editorial ADIH, junio de 2015

Durante mi periodo de director editorial de la colección de no asociados de ADIH, puse en marcha la colección de poesía, la "magenta" y este poemario de Trini Ríos fue el séptimo que publicamos dentro de ella, en casi tres años, con lo cual podéis comprender, desconocidos lectores, que se llevó a cabo una cuidada selección de los textos que se publicaban.

Este es un poemario muy personal de Trini Ríos (podéis localizarla en facebook como Marina Flamenca), además de en su blog El caballo flamenco de Trini, si deseáis conocerla un poco mejor. Os decía que es un poemario muy personal, muy sensual, nacido de una selección de parte de su obra poética inédita, ya que estamos ante su primer poemario publicado, su opus primun, que quien firma ha tenido el honor de patrocinar.

El prólogo es de Juan Manuel Jurado, a quien conocí durante mi etapa de codirector de Ágora papeles de arte gramático, y que nos dice, para que no nos equivoquemos, que "Trini  es una mujer en perenne efervescencia", y como sé que la conoce mejor que yo, pues seguro que es así, fue eso, en efecto, lo que encontré en los poemas que me hizo llegar para ir configurando, moldeando, lo que finalmente sería El color de tus ojos.

Hay mucha pasión en la primera parte de este poemario, mucha pasión erótica, ya nos lo dice la autora: "en nuestro amor, no habría nada más. Sólo tú, yo y el desencanto".

"...
Aprieto mis muslos.
Me contraigo.
No estás."

Lo que sí está es el poema, el sentimiento hecho verso, la pasión, el erotismo, el romper normas. Para después, llegar el momento de la calma, dejarnos llevar por breves poemas hacia el destino, como un riachuelo, que desemboca en el lago de la calma, que nos permitirán ronronear las nanas que nos canta la autora. Después, ya en tanquilas aguas cristalinas, una selección de haikus, nunca sencillos de conseguir, que la autora se nos revela como conocedora de su técnica, para terminar, naciendo como otra mujer, ahora, ya, libre.

Francisco Javier Illán Vivas