Revista de creación literaria en busca de creadores del mundo

lunes, 23 de junio de 2014

Selección poética de Andrés Carrillo de las Heras



Cadencias

De un día no me queda más que el nacimiento de otro,

pasan las estaciones de este vía crucis sin apego ni aliento,

sin dolor, sin limpios hematomas, sin la señal de la vida,

soy un eficiente profesional y de nada me oculto, todo

lo resuelvo.



Muchas mañanas siento esa necesidad de llegar a alguna parte,

de que el volante de mi coche dé el giro equivocado,

muchas noches quisiera que las litis no fueran miles, poder vagar entre botellas vacías,     

decidir sobre la masacre de los despertadores y la quema de las agendas,

pero a la siete a.m. la realidad sale al encuentro, y un autómata

se levanta.



No tengo tiempo que perder pero esta poca arena que me dieron se derrama,

hay un insondable foso séptico para los meses del "todo sigue igual",

no follamos unos con otros, no nos decimos la verdad, no nos salimos del guión,

amar a la progenie, ganar los salarios ácimos de nuestros calabozos, serdecentes

vencedores, obreros especializados de la gran farsa,

tantos dones y las manos tan llenas de mierda.



Algún día tendremos que escupirnos al espejo,

algún día la muerte nos hallará entretenidos y la película se habrá acabado,

no me engañes, yo nunca fui el guionista de esta sátira de medallas y despachos,

vamos como zánganos blandiendo nuestro alfange,

culpables de esa maldita escolástica de curas sucios, reos de esa rebanada de horror

suicida, insistente,

que hemos venido a llamar conciencia.



Disclaimer

Hay más de un motivo para pediros perdón...



Dice mi madre que le nació un mirlo blanco y le creció un cuervo negro,

y acierta en la elección de los colores de las ánimas que arrastro,

lo siento, papá, mamá, de veras que lo siento,

he parido todas estas páginas de obscuro metal, de arrabio rabioso,

y son tan mías como el ultimo refugio de mi dolor.



Quisiera que mis hijos tuvieran un padre normal,

alguien de quien no se avergonzaran cuando les lleva cantando afiladas guitarras

a sus entradas colegiales mañaneras,

alguien a quien no llamaran tarado sus parientes de allende,

una columna jónica, sí, un firme sombrajo contra el viento y la oleada, sí,

algo a lo que aferrarse cuando la noche acrezca.



De veras que lo siento, hijos míos.



Voy por los pueblos enseñando los bulbos raquíticos de un ser atormentado,

los nabos arrancados de quien se reía a la palabra "polla",

ni sonajeros ni rimas, todo lo que salpica tiene algo de agonía,

y así nadie me podrá querer seguir,

me allego a los casinos y a los bares y cuento que la verdad se multiplica  por cero.

Esta maldición no tiene cura, y no hay sofrosis que me regrese a un estado original,

me dolía ya la mar cuando la buceaba a la infancia, me daban miedo tantas

                                                                                              burlas, tantas

púas y manos y dientes que se clavaban en los cuerpos de mis días,

mi amor, quisiera escribirte de piedras en forma de corazón, de calas

                                                                 arrugadas al Lebeche y al calor,

de veras que lo siento, que estoy arrepentido de blandir estos versos y lamer


estas mugres.



Mi única excusa es que no puedo mirar por otros ojos,

y arrancarse las córneas es el truco de Satán.

Los que me lean querrán pensar que se trata de artificio, sencilla pose del

                                                                                    heavy trasnochado,

pero no tengo ni una sola mentira que ofrecer.

De veras que lo siento, os digo a todos.



Todo lo tengo, pero todo lo retorno, la mano torpe, la boca sucia, el espejo roto

                                                 roto.



Abuela

Siempre fui un gilipollas, abuela,

lloraba ese adolescente, se derrumbaba, era joven, era fuerte, lucían soles y

        no había en mi sangre fármacos,

tú me preparabas esos desayunos de pan tumaca a lo Cabo de Palos,

era la sal,

era el aceite,

era el tomate y el Levante y el Lebeche,

un gilipollas, querida abuela,

te plañía maitines porque no se me quería, y pensé que tú estarías allí

para siempre.



Ahora no sé si estás para poder perdonarme,

para decirme que es lógico que no te abrazara y te comiera a besos,

que diera por ciertas tus velas a los muertos y tus calderos tras la playa,

para taparme el acta de defunción que gimió al último adiós en esa camita de Cartagena,

ahora no sé si me escuchas, pero si lo haces, perdóname, por Dios o su puta abuela, 

perdón.



Fuiste una hoz y un martillo y un velamen y una red tupida, marinera,

las jóvenes me dejaban por bajo y feo, y tú me decías que llegaría el día,

en cada noche la visita al Faro y a tus risas de ser enorme,

de acantilado que ha encarnado mil estrellas y mil golpes, y que se comió las costas, 

y llevabas razón, abuela, sí, ahora ya casi todo me da igual,

y me rebanaría la polla por poder tomar contigo mi último pan tumaca,

porque me dijeras que tu edad fue parca y difícil y llena de costrones dehorror, y nunca 

nunca

te quejaste,

tu marido parapléjico y convertir las heces en ternura,

tus hijos de cierta lejanía y tu bata de cola como una coraza inexpugnable,

tu amor que un día murió, el puto cáncer, la boca enjoyada y de pronto un rictus

por Dios, Cornelia, por Dios, levántate y anda,

que odio a esos falsos cielos que no te tienen mientras campo entre

         psiquiatras que no te sustituyen,

sabia de la tierra y de la mar, que entonces la edad era pronta y aún el

  alcohol era grato,

y a tu marcha el golpe del Lorazepam quedó como la mácula que ya no abandona,

los antidepresivos son golosinas y tu nieto perfecto ha pasado a arrastrar el

   arrabio de la sed,

no podré sin ti, abuela, no podremos, ninguno de nos,

dicen de mí que lo soy, abuela, que soy un buen juez y un nieto digno, mas

                                                                        sólo tu memoria me mantiene,

vuelve, pues, vuelve, abuela,

no tengo flores ni iconos ni más ídolos trágicos que el verso desolado y el deficiente padre, 

pero hoy es tu día, como todos lo son,

y he pringado una tostada de un tomate de rojo y pasión que nadie, que nadie,

que nadie

se come.


Andrés Carrilo de las Heras, nacido en Sevilla pero de familia y alma oriundas de Cabo de Palos (Murcia). Licenciado en Derecho y en Ciencias Económicas y Empresariales. Ha publicado Horror and Hope, Ex y Metal negro. Ha participado en reditales en diferentes puntos de la Región de Murcia y sus poemas han sido publicados en revistas literarias.

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