Revista de creación literaria en busca de creadores del mundo

martes, 25 de marzo de 2014

La final

El partido empezó con cinco minutos de retraso. Desde el principio se notó la diferencia; los capitalinos, más cancheros, tocando a ras de piso, cuidando el balón. Los nuestros, nerviosos; se les notaba la impericia, sobre todo en los primeros minutos. Pero de los quince pa delante, estuvieron, lo que se dice, paraditos. A fin de cuentas, mucha pelota en el medio campo y los primeros cuarenta y cinco terminaron con el marcador en blanco. Hasta ahí no era mal negocio.
Pero Briones estaba mudo, el pobre bufaba en lugar de respirar...
Por Diosito que no nos dimos cuenta. Todos pensamos que después habría tiempo pa explicarle, lápiz en mano y sacando cuentas en una servilleta, que el equipo igual subía a primera división...
Pero a los diez minutos del segundo tiempo vino el tiro libre... Un faul tonto, don René, usted no lo va creer. Un central que estaba adelantado, Zambrano, me parece, se vino por la punta derecha, casi sin peligro... Pero Ortiz, de puro nervioso, igual le metió leña; una patada clarita a dos metros del árbitro. Por suerte no le mostraron tarjeta, puro palabreo no más.
Vino el pitazo y Jaime Baeza ―que no es el camión Baeza, porque ese es estoper y juega en Iberia―, le dio con borde externo, pie derecho, fuerte y combado, justo por encima de la barrera... Un tiro al ángulo, como puesto con la mano. Dejó parado a nuestro arquero; nada que decir, precioso gol.
A todos se nos vino la noche encima. Pero para Briones fue peor. Se dejó caer en el asiento, agarrándose el pecho con las manos. Nosotros nos miramos preocupados. Alguien sacó una botella de pisco, que había metido de contrabando, y se la dio. Parece que le hizo bien, porque se quedó tan callado como todos en el estadio, abrochándose el abrigo para capear el frío.
La pena no duró ni tres minutos, porque vino el gol de Casas, que también fue bonito, porque la agarró en el aire y le salió una emboquillada perfecta, que pilló mal parado al meta Cortés...
Briones bailó de gusto y compró sándwiches para todos. La botella de pisco ya se había acabado, pero uno de los muchachos convidó una de tinto, que pasó de boca en boca como celebración.
Sobre el alargue, cuando ya todo estaba oleado y sacramentado, y nosotros apagábamos las radios a pilas y recogíamos los gorros para irnos, vino un centro alto de Guarda, abriéndose un poco, y a nuestro portero se le ocurrió la tontera de salir a buscarlo; pero así es el fútbol, salió no más, y al saltar, chocó con un defensa, Sánchez, me parece, y la pelota quedó dando botes ―todo el estadio mudo― para que Baeza la tocara suavecito y se fuera al fondo de la red.
Fue después de la silbatina y del alegato que se armó, no antes, como dicen otros, pa puro dárselas de advertidos, que vimos a Briones tirado en la gradería.
Por más que lo zarandeamos, no volvió en sí. Fue horrible, nadie en la barra atinaba a hacer nada, hasta la ambulancia demoró en llegar.
Bueno, ya estamos acá. Se hace larga la subida al camposanto, ¿no?

René de la Barra Saralegui

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