Revista de creación literaria en busca de creadores del mundo

lunes, 30 de septiembre de 2013

Alguien observando (en español y portugués)



Te he observado espiar tras las cortinas,
con la mirada perdida en algún horizonte,
devorando a otras gentes  tan indiferentes
que machacan veredas sólo por costumbre.
He notado la inquietud de tus pupilas,
con manos crispadas por tanta impotencia,
y un suspiro profundo empaño los cristales,
sin poder destruirlos como hubieras deseado.
Te he visto observar desde tu fortaleza,
con frente sudorosa y aspecto cansino,
bebiendo la brisa que obsequia la noche,
sin penas ni glorias, solo por destino.
He descifrado de pronto tus dudas y temores,
náufrago del llanto que abraza la impaciencia,
soñando una isla sin tesoros ni puertos,
y miles de gaviotas de incesante vuelo.
Te he visto observar hacia mi ventana,
papel y lápiz en mano, escribiéndome  algo,
y dudé entonces si en verdad existías
o un gigantesco espejo pendía del cielo.

 

ALGUÉM OBSERVANDO

Eu vi você espiar por trás das cortinas,
com a mirada perdida em algum horizonte,
devorando outras gentes tão indiferentes
que esmagam veredas apenas por costume.
E notei a inquietação das pupilas,
com mãos crispadas por tanta impotencia,
e um suspiro profundo  embaço os cristais,
sem poder destruí-los com teria desejado.
Eu te vi observar desde tua fortaleza,
com a fronte suada e aspecto cansado,
bebendo a brisa que obsequia a noite,
sem pena nem glória, apenas por destino.
Decifrei de repente tuas dúvidas e temores,
náufrago do pranto que abraça a impaciência,
sonhando uma ilha sem tesouros nem portos,
e milhares de gaivotas de incesante vôo.
Eu te vi olhar na direção de minha janela,
papel e lápiz na mão, escrevendo-me algo,
e duvidei então se em verdade existes
ou serias um colossal espelho pendurado no céu.

© Gustavo M. Galliano

Acantilados de papel nº 2 supera los 2.000 lectores en menos de un mes en la red


En efecto, en menos de un mes, el nº 2 de nuestra revista supera las 2000 lecturas / descargas, desde el sitio de Calaméo.

Si no la habéis leído, pinchad AQUÍ.

domingo, 29 de septiembre de 2013

Las hijas del eclipse, de Pedro Ortuño (Reseña nº 555)

Pedro Ortuño Ibáñez
Las hijas del eclipse
Editorial ADIH, 2013


Esta novela es lo más parecido a un libro dentro de otro libro y, aunque no estamos en 2022, año en el que nos sitúa la narración de la historia casi en su totalidad, sino en 2013, Pedro Ortuño Ibáñez, a quien conocí gracias a la poesía, ha rizado el rizo con su novela.

Podemos leer en la cubierta que el autor es, en efecto, Pedro Ortuño, pero quien nos cuenta la historia de las cinco protagonistas es Liborio, el hijo de Aurora, y éste nos descubre, antes de dar lectura al libro dentro del libro, que el auténtico autor, quien ha querido mantenerse en el anonimato, es Sandalio Trocho de Laencina.

Creo que fueron estos juegos narrativos, esa especie de capas con las que el autor yeclano adornó su novela, lo que me decidió a publicarla. Era, por cierto, mi primera obra como editor en la Editorial ADIH, hacía apenas unas fechas que acepté la oferta de Antonio Galera Gracia para incorporarme a la joven editorial murciana tan relacionada con el mundo universitario y con la historia.

Cuando he vuelto a releer la obra, ya impresa, y recorrer los caminos vitales de Aurora, Álicy, Rosario, María y Emma, sentí la satisfacción de haber acertado con ella, con estas biografías dentro de una novela, y con ese juego de fantasía y realidad que Pedro Ortuño adorna con la "triple" escala de autores.

Porque a Sandalio, porque a Liborio, el lector les descubrirá entre las páginas, mientras conversa con Manuel, con Antonio; mientras pasean por el entorno natural del monte Arabí, o por las orillas del río Vinalopó, o por Lébora, o por Elche... Y no solo a ellos, toda una familia dispersa -como la del propio autor-, que unas festivas fechas, cinco para ser exactos, les reúnen para leer y escuchar lo que en un principio consistiría en relatar la historia de dos mujeres (Aurora y Álicy) que tuvieron el valor suficiente de sobreponerse a los golpes que la vida les deparó, y a pesar de ello, continuaron adelante con ejemplar coraje. Pronto el número de historias se amplió a una más (Rosario, de la que tanto habló Aurora a su hijo Liborio), y finalmente a dos más (María y Emma) quienes, a pesar de su juventud, sabían de "carrerilla" lo dura que es la vida.

En estas cinco historias encontraremos muchos acontecimientos conocidos, muchas situaciones que nos traerán al recuerdo presente momentos vividos por quienes frisamos ya una determinada edad, pero también recuerdos de las vivencias de nuestras madres, de nuestras abuelas, representadas en las páginas de Las hijas del eclipse por las citadas cinco mujeres de distinta edad y condición nacidas de la pluma de Pedro Ortuño Ibáñez.

He mantenido varias conversaciones con él alrededor de su novela, y le corresponde a él, si lo estima conveniente, contar cuánto hay de fantasía y cuánto de realidad en ellas.

A ti, lector, te corresponde entrar y recorrer los caminos que el triple juego te propone.

Francisco Javier Illán Vivas

PD: Las hijas del eclipse se presenta el próximo sábado, 5 de octubre, en la Casa de Cultura de Yecla, a partir de las 19,30 horas 

sábado, 28 de septiembre de 2013

Malola, de Domingo Nicolás (Reseña nº 554)



Domingo Nicolás
Malola

Malola nos enfrenta a la experiencia más traumática por la que un ser humano pueda pasar. Los que somos padres sabemos del terror que nos invade cuando la sola imaginación nos presenta esa posibilidad, y temblamos y angustiamos dócilmente ante la impotencia que nos produce tan radical e irreversible hecho.
Desgraciadamente he tenido la vivencia, y no solo una, de tener que acompañar al amigo recientemente herido por el beso con que la muerte se le ha llevado a un hijo. Condolerme y epatar con él ha sido terrible; me ha puesto a prueba y ha puesto a prueba mis convicciones más profundas. He oído decir al padre o la madre del difuntito: “Si Dios existiera, mi hijo no debería haber muerto”, pero también he oído: “Ha sido voluntad de Dios”. Domingo Nicolás no adopta ni una postura ni la otra, sino que las supera y trasciende en espiral dialéctica hacia los aires, hacia los cielos, y convierte tan trágico suceso en dulzura, alada y transida, en prueba irrefutable de la magnificencia de Dios. Por esto admiro la grandeza de Domingo, la amplitud de su alma: la grandeza de un hombre sencillo y tierno, dolido, golpeado en lo más hondo de su ser, roto, pero creyente. Puesto a prueba su amor, Domingo apuesta por el Amor, un nuevo amor, puro y desnudo, desgajado de las adherencias de la carne, de la materia, trasluminado por Dios:

Sin vida y aún cálido tu cuerpo, es acunado entre mis brazos y mi pecho.  Ardiente todavía y dormida para siempre.

Mis lágrimas de padre joven riegan tu piel morena de cuarenta lunas y perfume a rosas.

Nuestra separación define el verdadero aspecto del vacío, de la realidad integrante de un pasado, que jamás tuvo lugar; y matiza con más profundo acento la imperiosa necesidad de la existencia del Gran Ser; de su Azul, origen del sentido, donde cierta es la densidad de la sonrisa y real el aroma violento de la flor.

¿No se sienten estas palabras como una especie de liturgia? ¿No se sienten como un oficio divino que se eleva hacia lo alto, hacia Dios? Dios está en el poemario desde el principio hasta el final porque es origen del sentido, y sin Él no se puede comprender la inmaculada tristeza que nos produce ese extraño don, la muerte, el dolor que le va parejo, la radical ruptura a que nos somete, y, por supuesto, tampoco su grandeza. Ahí está Dios, en la muerte, porque la muerte no es el contrapunto de la vida, como el contrapunto de la vida no es la nada; no, la nada no es, por eso el contrapunto de la muerte es la eternidad. Domingo en este librito, Malola (un himno, dolido y sacro, a la hija muerta entre sus brazos), canta la eternidad. En la eternidad era Dios, y en su eternidad pensó en Malola, la embelleció de gracia, la proyectó en la tarde sobre el trémulo crisol del mar, la aleó con gaviotas y barcos de juguete y la amó profundamente, porque Dios ama profundamente a sus criaturas, en singular, en su desnuda pureza, para convocarla al fin, rotunda, a la dicha de la existencia:

Al principio del tiempo, en la programación del universo, el Creador se detuvo atraído por tu gracia. Y te vio morena sobre arena blanca. Proyectada en la tarde sobre el trémulo crisol del mar. Aleada con gaviotas y barcos de juguete; inefable en el adiós al día.

Se alegró, Malola, en tu estructura física... Y en tu pureza, a ti misma inadvertida, germinó la sonrisa.

Luego, continuó su creación...

Malola es un poema en prosa, quebrado en dos mitades, sentido, dulce e hirientemente atormentado, pues el poeta, Domingo Nicolás, joven padre y tan pronto huérfano, poetiza sobre su terrible experiencia y nos comunica su dolor y su esperanza. Confieso que yo he sentido la tristeza y la alegría aletear juntas en mi pecho cuando mis ojos han rodado por sus páginas, la ternura me ha llegado y me ha dolido, lúgubre, acariciadora, en el corazón, y sí, compungido, he sentido rodar las lágrimas. En la primera parte del canto, escrita posteriormente quizá a la segunda, Domingo hace un repaso por la breve biografía de Malola, de esos especiales momentos transidos por la emoción. La intimidad deliciosa, los primeros desvelos por la niña: He recorrido el pueblo, buscando milrosina. Dicen que es lo más eficaz frente al muguete. Los secretos compartidos entre padre e hija, sus complicidades, imposibles ahora: Me han dicho que en mis ausencias, sentada dentro de mi guardarropas, pasas largos ratos de quietud y silencio, porque huele a mí... Y que a veces me llamas. Los temores del padre, el afán protector que lo desvela ante el rugir del bosque de la noche, el insomnio, el desasosiego: Resulta amenazante el bosque de la noche. En su centro, Malola, tose tu voz de plata, cascabel, que, sin piedad arranca el alma de mi pecho. El presentimiento inasible de la desgracia conforme avanza la enfermedad de la niña: En tus juegos de papeles rotos y muñecas, vivo la pesadilla de lo que temo ha de ocurrir./¿Estabas prohibida para mí? Y el desenlace, un terrible once de mayo: Once de mayo, ¿a dónde la efímera esperanza?, quema el sol, aplasta la mañana. Es el  mensaje un vuelo ya en la casa vacía.
Hímnicos y terribles se suceden los versículos del canto, fragmentados, abruptos, solemnes, como martillazos en las sienes, que claman al sentido, piden entre las lágrimas, y arrasan con su imprevista sencillez. Domingo Nicolás deja que clame el dolor, y yo me inclino ante ese dolor, que es un dolor universal, no solo el del poeta; es el dolor del hombre, del hombre herido, del hombre mortal que se enfrenta con el ángel de la muerte, lo interpela valiente, le grita y le hace sonrojarse.
Hombre fundamentalmente bueno, Domingo nos abrevia la segunda parte de su canto para que no perezcamos con él (¿Dónde estaba tu amor?, le pregunta el padre desconsolado a su pequeña recién muerta), suaviza de repente su palabra y su dolor y nos propone un toque religioso transido de esperanza:

Siempre amaneces duplicada en el cántico, Malola. Miel de avecilla ausente que, al irte, traje a casa.

De la porfía en sus trinos, -incesantes-, afligen sus latidos, confinando mis venas… O acaso un día, de nieve amanecida, desconcertada tiemble la esperanza.

¡Qué más se puede añadir! Yo callo, porque hablar es mancillar.Hablar sobre este librito, Malola, es diezmarlo, traicionarlo de algún modo. Malola es un libro para dejarlo hablar a él solo, para callar ante él, para llorar y orar en un profundo y terrible silencio, tal como lo hace Domingo Nicolás, el joven padre que, entre sus brazos, definitivamente ha perdido un trozo de su ser.Malola es un libro directo al corazón, directo al sentimiento, fervoroso y arrebatado, transido de luces penumbrosas y violentos claroscuros. Malola es pálpito de emoción, desnudez sin trabas ni piel, pálpito desbordante hacia lo alto, incontenible, en aras de los espacios rumorosos…Hay que leerlo en silencio contenido, sin glosas que lo mutilen; aletea entre sus páginas un ángel de ternura, un ritmo emocionado, truncado tan frecuentemente, detenido en la pincelada emotiva del irreversible instante, eternizado por la palabra y por el nombre con que se signa a Malola.
Quede el dolor, mas brille la esperanza. El ser humano es flor de un instante, humo o perfume que pronto se disipa. Somos carne mortal, carne herida y mortal, cuerpo llagado, pero en nosotros, dentro, aletea el pálpito del alma, por el que sentimos y anhelamos el brillo de lo alto, ese vasto Crisol que al fin dará sentido a nuestras tristezas. Ese Crisol es Dios, Vaso incólume de trasformación por el que nuestro sufrimiento habrá valido la pena, tendrá sentido.
Parafraseando a san Pablo, los creyentes podemos decir que Dios, quien entregó a su hijo a la muerte, y muerte ignominiosa, de cruz, lo resucitó de entre los muertos convirtiéndolo en el primogénito de toda criatura; por eso, así como estamos muertos y sepultados en Cristo, viviendo una vida escondida en Él, por Él, cuando llegue el momento del resurgir, nos manifestaremos para vivir en su gloria. El ser que ha vivido, no puede morir; vive para siempre. Pues lo mantienen vivo el amor de quienes lo han querido, y, en última instancia, el amor que da la vida, el amor de Dios. El mismo Dios que desde la eternidad pensó en todas y cada una de sus criaturas para otorgarles el don de la existencia.

Malola, he grabado con sudor y amor tu nombre sobre el más alto granito; y lo besan las estrellas y el viento.

He grabado tu nombre con sudor y amor sobre el más profundo acantilado; y lo besa el mar.

He caminado del norte al sur, del este al oeste, y en cada lugar estaba Dios... Sobre Dios he grabado con sudor y amor tu nombre, y en Dios lo besa el viento, lo besan las estrellas, el mar y el propio Dios.

Jesús Cánovas Martínez